Tratar problemas con los adolescentes

Cuando tenemos un problema con un adolescente es mejor tratarlo con él en privado y no delante de sus amigos, hermanos y hermanas u otros adultos. Si caemos en luchas de poder con ellos frente a los demás es muy probable que perdamos. La mayoría de los adolescentes sacrificarán su relación con nosotros antes que permitirse parecer débiles delante de sus amigos.

Busque un momento tranquilo, como, por ejemplo, justo antes de ir a dormir. Escoja un lugar cómodo, donde no haya interrupciones o distracciones. Cuando piense en qué decir, asegúrese de que ya se ha calmado. Imagínese a usted mismo como un asesor y no tanto como un jefe, como un entrenador más que un crítico. Imagine la conversación más como una exploración que una acusación. Empiece preguntando: “¿Qué ha pasado?” o: “¿Algo va mal?”, en lugar de: “Sé que has estado mintiéndome y quiero saber por qué”.

Puede que el adolescente diga;: “No ha pasado nada”. Normalmente esa respuesta es una prueba para ver si de verdad le importa lo suficiente como para volver a preguntar. No se rinda. Continúe con la conversación o espere en silencio. Si la única respuesta sigue siendo una mirada inexpresiva o un “no fui yo”, continúe haciendo preguntas. Invitar a hablar a los adolescentes es mejor que darles lecciones. (…)

Corregir en privado nos permite ayudar a los adolescentes a reflexionar sobre lo que ocurrió (“¿Qué fue bien?” “Qué fue lo que no funcionó?”). Podemos guiarlos para que hagan juicios de valor (¿Eso te ayuda?”) y ayudarlos a formular un nuevo objetivo o plan de acción para el futuro (“¿Qué crees que deberíamos hacer al respecto?”). De este modo podemos dejar de desempeñar el rol del dictador sabelotodo y simplemente empezar a ayudar a los adolescentes para que se ayuden a sí mismos. Nuestro trabajo como padres no es resolver todos los problemas de nuestros hijos, sino darles oportunidades para que empiecen a resolver sus propios problemas.

Si la situación requiere disciplina, recuerde que la palara “disciplina” proviene de la palabra “discípulo”, que significa “aprendiz”. Disciplinar, por lo tanto, es enseñar, entrenar y aprender. No es algo que le hacemos a un niño, sino algo que hacemos “para” el niño. (…)

Esto es así también cuando intentamos abrazar a un erizo. El erizo no se familiarizará con nuestro olor solo tras un intento. Necesita que nos quitemos los guantes cada vez que intentamos abrazarlo. El erizo espera el mismo olor, y los guantes, o incluso un olor diferente, pueden confundirle. Cuando establecemos límites con los adolescentes no es suficiente con ponerlo una vez, y sin duda no queremos confundirles cambiándolos constantemente. En lugar de hacer eso podemos aprender a expresar nuestras expectativas con frecuencia, mantener la responsabilidad, expresar agradecimiento y corregir en privado. La clave imprescindible es seguir intentándolo.

Extracto del libro: Cómo abrazar a un erizo. 12 claves para conectar de forma positiva con los adolescentes.

 

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